Las posibilidades que abre la inteligencia artificial (IA) para transformar la educación son inmensas, pero los desafíos que plantea son igual de profundos. La manera en que integremos esta tecnología en los sistemas educativos en los próximos años determinará si la IA será una poderosa aliada en la democratización del aprendizaje o un factor que profundice las desigualdades existentes.
“La IA puede ser una herramienta valiosa para avanzar en la educación y mantenerse a la vanguardia; sin embargo, su éxito dependerá de cómo se integre de manera efectiva en los procesos educativos”, puntualiza Lorena Ulloa Bersatti, miembro de la Jefatura de Enseñanza Aprendizaje (JEA) de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
El fenómeno que la estratega en educación Esmè Van Deventer, de Azimuth, una consultora de innovación educativa que se especializa en la integración de inteligencia artificial y la transformación estratégica en el ámbito educativo, denomina “La gran divergencia educativa” ofrece un marco para comprender los riesgos y oportunidades que acompañan a la expansión de la IA en la enseñanza. Según su análisis, hacia 2030 el aprendizaje global podría escindirse en dos caminos diferenciados; por un lado, una educación humano-céntrica aumentada por IA, accesible para una élite, y, por el otro, una educación estandarizada dependiente de IA para las masas.
Esta tendencia no es un escenario de ciencia ficción, sino una proyección sustentada en señales claras. La primera de ellas es la superioridad cognitiva de la IA en tareas educativas tradicionales tales como la redacción de ensayos, resolución de problemas matemáticos y procesamiento de información. Ante este panorama, Van Deventer plantea una pregunta crucial. ¿Qué deberían aprender los humanos cuando las máquinas superan nuestras competencias académicas tradicionales?
El segundo factor es el estancamiento estructural de los sistemas educativos, que continúan operando bajo paradigmas industriales con currículos estandarizados y metodologías rígidas. Como advierte el Informe sobre el Futuro del Trabajo 2025 del Foro Económico Mundial (WEF), en un entorno laboral cada vez más automatizado, las habilidades humano-céntricas —pensamiento creativo, inteligencia emocional, liderazgo y razonamiento ético— serán las más demandadas.
Sin embargo, el riesgo de que esta transformación profundice las brechas educativas es real. Ulloa advierte que “la inteligencia artificial no reemplaza al docente, sino que lo potencia, brindándole herramientas que le permiten enfocarse en lo más importante, que es guiar a los estudiantes en el desarrollo de habilidades y competencias”. No obstante, lograr esta integración equilibrada requiere enfrentar desafíos clave.
El informe de Azimuth identifica que, si bien los programas de educación humano-céntrica aumentada por IA ofrecerán a sus egresados ventajas competitivas claras, su acceso estará mediado por la capacidad económica. La Educación Estandarizada Dependiente de IA tenderá a convertirse en la norma para los sectores menos favorecidos, creando una nueva forma de estratificación social y educativa.
El WEF, por su parte, enfatiza que la IA puede acelerar una transformación educativa largamente pendiente, orientada a un aprendizaje inclusivo y holístico. Sin embargo, este potencial sólo se materializará si se abordan de manera proactiva aspectos como la equidad en el acceso, la alfabetización digital y la formación ética tanto de docentes como de estudiantes.
En línea con esta visión, la Unesco ha identificado cinco desafíos críticos para una integración ética y equitativa de la IA en la educación: la necesidad de regulaciones claras; cerrar la brecha tecnológica; evitar la deshumanización del aprendizaje; garantizar evaluaciones justas; y proteger la privacidad y los datos personales.
Ulloa subraya la importancia de mantener el componente humano en el proceso educativo: “La inteligencia artificial es una herramienta poderosa, pero el rol humano del docente, como guía y mentor, sigue siendo irremplazable. El desafío está en encontrar el equilibrio perfecto entre tecnología e interacción humana”.
El análisis de Van Deventer va más allá de las predicciones tecnológicas. Propone una hoja de ruta para los próximos cinco años: desde el reconocimiento de la crisis actual en las evaluaciones y currículos, pasando por una fase de transformación en la que los empleadores comenzarán a preferir egresados de programas humano-céntricos, hasta una divergencia completa en la que coexistirán dos ecosistemas educativos diferenciados.
El WEF también enfatiza el rol crucial de los educadores en este proceso. La IA puede liberar tiempo para que los docentes se concentren en lo esencial: fomentar habilidades críticas y socioemocionales, promover la autonomía del estudiante y diseñar experiencias de aprendizaje profundas y significativas.
No obstante, el camino hacia un uso ético y equitativo de la IA en la educación exige un compromiso multisectorial. Como recomienda el WEF, es indispensable promover la co-creación de herramientas con educadores y comunidades diversas, asegurar un acceso equitativo a las tecnologías y apoyar el desarrollo profesional de los docentes para que puedan integrar la IA de manera reflexiva y crítica.
El futuro de la educación, por tanto, no estará determinado exclusivamente por los avances tecnológicos, sino por las decisiones que tomemos hoy. Si optamos por un enfoque centrado en el desarrollo integral de los estudiantes y garantizamos el acceso equitativo a oportunidades de aprendizaje enriquecidas por la IA, podremos moldear un panorama educativo más justo e inclusivo.
Como concluye el documento de Azimuth: “El futuro de la educación no será determinado por la inteligencia artificial, sino por nuestra sabiduría al diseñar sistemas que desarrollen el potencial humano en colaboración con tecnologías inteligentes”.