La tecnología puede ser una gran aliada en el desarrollo infantil, pero solo si va acompañada de supervisión adulta, interacción humana y contacto con la naturaleza. De lo contrario, el precio puede ser demasiado alto.
El impacto de la tecnología en la infancia genera cada vez más preguntas entre padres, educadores y profesionales de la salud. ¿Es buena o mala? ¿Cuánto es demasiado? ¿Cómo equilibrar el uso de pantallas con la vida real? Para Raúl Copana, médico pediatra intensivista y presidente de la Sociedad Departamental de Terapia Intensiva Pediátrica de Cochabamba, la clave no está en rechazar la tecnología, sino en saber integrarla con responsabilidad y conciencia en la vida de los niños.
“Estamos viviendo un momento histórico de inflexión, en el que la humanidad —incluido nuestro país— va a interactuar cada vez más con las inteligencias artificiales que se vayan desarrollando”, afirma el especialista, quien recientemente participó como speaker en el “IV Congreso Internacional en Salud: Innovación y Sostenibilidad”, organizado por la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, en Cochabamba.
Tecnología sí, pero con guía y límites
Desde su perspectiva clínica y formativa, Copana plantea que los infantes “aprenden por imitación”, y que el uso excesivo de tecnología en casa, sin supervisión ni límites, puede afectar seriamente su desarrollo emocional, social y neurológico.
“Los niños ven a sus padres todo el tiempo en el celular, en la Tablet, y entonces nace en ellos un interés natural por replicar ese comportamiento. Pero con esto la interacción humano-humano ha disminuido significativamente, y eso tiene consecuencias”, alerta.
De hecho, según el especialista, estudios recientes en Japón han demostrado que el uso excesivo de pantallas en la primera infancia está asociado a una reducción en áreas clave de la corteza cerebral, especialmente las vinculadas al lenguaje y la comunicación. Ante esta evidencia, la Academia Americana de Pediatría ha actualizado su guía, recomendando “cero horas de pantallas hasta los seis años”.
“Estos efectos todavía son desconocidos para la ciencia. No sabemos si van a ser buenos o malos a largo plazo, pero sí sabemos que podrían traer consecuencias”, advierte Copana.
La inteligencia natural también se cultiva
En un escenario en el que la tecnología gana terreno en todos los aspectos de la vida cotidiana, incluso en la salud infantil, el reto es no olvidar la importancia de la inteligencia natural.
“La formación de un niño saludable no depende solo de pantallas inteligentes o sistemas digitales. Depende de la relación directa con sus cuidadores, del juego al aire libre, del contacto con la naturaleza y del aprendizaje por ensayo y error”, sostiene el especialista.
Aun cuando el acceso a plataformas y dispositivos puede ofrecer oportunidades, especialmente en educación, la vida real no puede ser reemplazada por lo virtual. “Ya vemos menos chicos embarrándose en el barro o corriendo en el pasto. Pero sí los vemos cada vez más diestros con el celular”, reflexiona el médico pediatra intensivista, con más de 35 publicaciones científicas y una vasta experiencia clínica.
IA en salud: una promesa en construcción
El avance de la inteligencia artificial (IA) también empieza a marcar el paso en el ámbito médico. Aunque en Bolivia su uso clínico aún es incipiente, Copana destaca iniciativas como el sistema Immunoscore, recientemente presentado por la World Sepsis Alliance. Esta IA analiza patrones en expedientes clínicos para detectar posibles casos de sepsis, una condición grave que puede poner en riesgo la vida de los pacientes pediátricos.
“Las inteligencias artificiales son muy buenas encontrando patrones en grandes bases de datos. Nos ayudan en la vigilancia de enfermedades, y en el futuro serán parte del equipo clínico, sin duda”, apunta el médico.
En Bolivia, también se ha destacado el uso de IA geográfica para mejorar coberturas de vacunación en zonas de difícil acceso.
“Es bueno saber que tenemos reconocimiento internacional por estas iniciativas, pero también hay que revisar siempre la fuente y la calidad de la información que circula”, señala.
Nuevos riesgos, nuevas enfermedades
Más allá de los avances tecnológicos, Copana alerta sobre el aumento de enfermedades vinculadas al uso excesivo de tecnología y la falta de interacción social y física. Entre ellas se encuentran la obesidad, los trastornos cardiovasculares y las enfermedades mentales como la depresión, la anorexia, la bulimia y el bullying digital.
“Cada vez vemos más niños internados por causas relacionadas con la salud mental. Incluso hemos tenido que lamentar fallecimientos por intentos de suicidio, especialmente en adolescentes. Esto no pasaba antes con tanta frecuencia”, explica con preocupación.
La desinformación también es un riesgo creciente. Según Copana, hoy se consulta más a Google que al médico. La infodemia —la sobreabundancia de información falsa— se ha convertido en una amenaza para la salud pública, especialmente cuando influye en decisiones como no vacunar a los hijos.
Educar con presencia y equilibrio
Frente a este panorama, Copana indica que la tecnología debe ser vista como una herramienta, no como una niñera digital ni como un sustituto del contacto humano.
“La tecnología es necesaria para el desarrollo del infante, pero es igual de importante la supervisión de los padres y la interacción con el entorno natural. Solo así formaremos a un ser humano equilibrado, empático y positivo”, asegura.