El azúcar es uno de los ingredientes más comunes en la alimentación moderna. Está presente en jugos, cereales, snacks y hasta en salsas. Su consumo excesivo, lejos de ser inofensivo, afecta profundamente la salud cerebral, deteriora la memoria, distorsiona las emociones y altera procesos cognitivos esenciales, incluso en personas jóvenes y aparentemente sanas.
“El azúcar activa un sistema de recompensa artificial en el cerebro que, si se repite con frecuencia, genera dependencia similar a la de ciertas drogas. Esto no solo afecta la conducta alimentaria, sino también la estabilidad emocional”, explica Cristofer Ortiz Flores, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
Cada vez que ingerimos alimentos con altos niveles de azúcar, el cuerpo libera dopamina, provocando una sensación de placer inmediata. Sin embargo, con el tiempo, esta estimulación constante desgasta la respuesta cerebral y exige más cantidad para sentir lo mismo. Así se instala un ciclo adictivo, que impacta directamente en el ánimo y el equilibrio emocional.
“El exceso de azúcar en la dieta puede reducir la sensibilidad del cerebro a la dopamina, afectando la capacidad natural de experimentar placer. Esto contribuye a la aparición de estados depresivos o de desmotivación”, señala el docente de Psicología.
También el aprendizaje sufre las consecuencias. El hipocampo, responsable de la memoria, se ve afectado por una dieta rica en azúcares refinados.
Estudios de la Universidad de California en Estados Unidos han demostrado que este tipo de alimentación causa inflamación cerebral, deteriorando la capacidad para retener información o concentrarse en tareas sencillas.
“Una dieta rica en azúcares simples compromete procesos cognitivos básicos como la concentración, la atención y la memoria. Esto se observa incluso en personas jóvenes, que suelen creer que no les afecta”, explica Magaly Bishop, docente de la carrera de Medicina, también en Unifranz.
El intestino, a menudo ignorado en este tema, también desempeña un papel clave. La microbiota intestinal, que influye directamente en la producción de serotonina, neurotransmisor del bienestar, se ve alterada por el consumo elevado de azúcar. Esto puede generar desequilibrios emocionales, fatiga crónica y síntomas depresivos sin causa aparente.
“La salud mental no solo se trata con terapia o medicamentos, también se construye todos los días desde el plato. Una alimentación equilibrada, rica en vegetales, frutas, proteínas de calidad y grasas saludables, tiene un impacto directo sobre la química cerebral y el equilibrio emocional”, explica Bishop.
En la adolescencia, los efectos del consumo excesivo de azúcar son particularmente preocupantes. Durante esta etapa, el cerebro aún se encuentra en pleno desarrollo y resulta especialmente vulnerable a las alteraciones neuroquímicas que puede provocar una dieta alta en azúcares. Este tipo de alimentación puede interferir con la maduración de regiones cerebrales clave, como la corteza prefrontal, que está asociada con funciones esenciales como el juicio, la toma de decisiones y el control de impulsos.
Además, el consumo habitual de productos azucarados desde edades tempranas puede establecer patrones de dependencia emocional difíciles de revertir. La necesidad constante de recompensas dulces puede afectar negativamente la capacidad de los adolescentes para gestionar sus emociones, disminuir su empatía hacia los demás y fomentar una relación poco saludable con la comida. Esta combinación de factores no solo impacta su bienestar físico, sino también su desarrollo emocional y social, generando consecuencias a largo plazo en su salud integral.
“El abuso de azúcar durante la adolescencia puede alterar el desarrollo del sistema nervioso central. Esto no solo afecta el rendimiento académico, también aumenta la irritabilidad y los cambios de humor frecuentes”, advierte el psicólogo Ortiz Flores.
Para facilitar este proceso, la Fundación Española de la Nutrición (FEN) y otras organizaciones como la American Heart Association proponen cuatro pasos clave para reducir el azúcar y proteger la salud mental y cognitiva:
- Identificar azúcares ocultos: revisar etiquetas de productos procesados y aprender a reconocer términos como jarabe de maíz, sacarosa o maltosa.
- Establecer horarios regulares de comida: evitar largos periodos sin alimentarse que incrementen los antojos de dulce.
- Reemplazar postres azucarados por frutas frescas o frutos secos: aportan energía natural sin causar picos de glucosa.
- Limitar el consumo de bebidas azucaradas: los refrescos, jugos envasados y energizantes concentran gran parte del azúcar diario no percibido.
En una sociedad que asocia el azúcar con el afecto y la recompensa, cuestionar estos hábitos requiere valentía. Reeducar el paladar y replantear lo que significa el placer es parte de una transformación más profunda: una en la que el autocuidado no se mide en calorías sino en equilibrio emocional, energía sostenible y una mente más lúcida. Al final, el verdadero bienestar nunca ha venido en envoltorios brillantes.