La educación tradicional segmenta el conocimiento en dos grandes bloques: ciencias y letras. Esta distinción, heredada de la Revolución Industrial y reforzada por estereotipos culturales, limita las posibilidades de desarrollo de los estudiantes. Sin embargo, la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner ofrece un modelo más amplio y flexible, adaptado a la diversidad cognitiva de cada individuo.
James Robles, director de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, destaca que este enfoque, combinado con la neuroeducación y las nuevas tecnologías, es clave para transformar el aprendizaje.
“A partir de la teoría de las inteligencias múltiples es posible aplicar tests para saber cuántos alumnos son visuales, cuántos auditivos o kinestésicos y, de acuerdo a ello, generar grupos colaborativos de trabajo (…). Esto nos ayuda mucho, tanto a los docentes como a los estudiantes, para la realización de trabajos de grupo”, indica.
La inteligencia no es única, sino múltiple
Desde hace décadas, el coeficiente intelectual (CI) es el principal indicador de inteligencia, medido a través de test estandarizados como la escala Wechsler. Sin embargo, estos exámenes solo evalúan habilidades lógico-matemáticas y lingüísticas, dejando de lado otras capacidades igualmente valiosas. Gardner, en los años 80, propuso que la inteligencia es un conjunto de habilidades interrelacionadas, moldeadas por el entorno y la experiencia individual.
Inicialmente, Gardner identificó ocho tipos de inteligencia:
- Lingüística: habilidad con el lenguaje y la comunicación.
- Lógico-matemática: capacidad para el razonamiento abstracto y la resolución de problemas.
- Visual-espacial: entendimiento del espacio y las formas.
- Musical: sensibilidad al ritmo, el tono y la melodía.
- Cinética-corporal: control del cuerpo para la expresión y el movimiento.
- Naturalista: conexión con el entorno natural y la clasificación de elementos.
- Intrapersonal: capacidad de introspección y autoconocimiento.
- Interpersonal: habilidad para comprender y relacionarse con los demás.
Con el tiempo, Gardner amplió este modelo, incluyendo otras formas de inteligencia, lo que refuerza la idea de que cada persona tiene un perfil cognitivo único.
Una educación adaptada a cada estudiante
Robles subraya que en la educación superior ya se están implementando estrategias basadas en la teoría de las inteligencias múltiples. Por ejemplo, se aplican pruebas para identificar si los alumnos son predominantemente visuales, auditivos o kinestésicos. Esta información permite formar grupos colaborativos equilibrados y diseñar actividades que maximicen el potencial de cada estudiante.
“El hecho de que nos guste y aprendamos disfrutando lo que hacemos marca una gran diferencia”, señala Robles, quien destaca la importancia de metodologías que integren la motivación y la experimentación en el aula.
Una de estas metodologías es el aprendizaje-servicio, que combina educación con compromiso social. A través de este modelo, los estudiantes no solo adquieren conocimientos teóricos, sino que también resuelven problemas reales en sus comunidades, desarrollando habilidades prácticas y fortaleciendo su inteligencia interpersonal e intrapersonal.
Otra herramienta utilizada en neuroeducación es la prueba Benziger Thinking Styles Assessment (BTSA), que permite evaluar los estilos de pensamiento de cada persona. Su objetivo es mejorar el autocontrol, la eficacia grupal y la colaboración, aspectos clave en la educación moderna.
El docente como neuroeducador
Para Robles, el rol del docente ha evolucionado. Hoy en día, más que un transmisor de conocimientos, debe ser un neuroeducador, alguien que comprende cómo funciona el cerebro y adapta su enseñanza para lograr aprendizajes significativos.
“El reto de los docentes es que, prácticamente, conozcan cómo funciona el cerebro para que a partir de ello puedan enseñar mejor. Todos somos buenos en algo y todos podemos aprender”, afirma el director de Psicología de Unifranz.
Esto significa que la educación debe alejarse de enfoques rígidos y homogeneizantes para dar paso a estrategias más dinámicas, motivantes y creativas. Por ejemplo, un estudiante con alta inteligencia cinético-corporal aprenderá mejor mediante actividades prácticas y movimiento, mientras que alguien con inteligencia musical destacará en ambientes que integren ritmo y sonido.
La tradicional dicotomía entre ciencias y letras limitó por mucho tiempo la manera en que se concibe el talento y la capacidad intelectual. Sin embargo, las inteligencias múltiples demuestran que el aprendizaje es mucho más amplio y diverso.
Un futbolista, por ejemplo, no solo desarrolla habilidades físicas, sino que también combina inteligencia espacial (para ubicarse en el campo), cinético-corporal (para ejecutar movimientos precisos) e incluso interpersonal (para interactuar con su equipo). De igual manera, un artista puede conjugar inteligencia visual-espacial, musical y lingüística en su proceso creativo.
Así, la pregunta clave no debería ser si un estudiante es “de ciencias o de letras”, sino cómo reparte sus inteligencias y qué estrategias pueden potenciar su desarrollo.
“La teoría de las inteligencias múltiples ofrece una perspectiva inclusiva y flexible para la educación. Al reconocer la diversidad de habilidades y talentos en cada estudiante, se pueden diseñar metodologías de enseñanza más efectivas, que fomenten el aprendizaje significativo y el desarrollo integral”, expresa Robles.
El avance educativo depende de combinar estos enfoques con neuroeducación y tecnología, logrando que la enseñanza se adapte a los estudiantes y no al revés. En este contexto, el docente debe convertirse en un facilitador del conocimiento, utilizando herramientas innovadoras para identificar y potenciar las fortalezas de cada alumno.